viernes, 21 de enero de 2011

tres

Coincidían varias veces a la semana. Ella porque iba a desayunar allí todos los días. Él, al principio, porque le venía de camino al trabajo, más tarde, porque quería verla.
Ella todos los días tomaba lo mismo: un café con leche y un croissant. A él le gustaba cambiar todos los días, por no caer en la rutina.
Ella se sentaba y leía su periódico sin quitarle ojo, únicamente para coger la taza de café o un bocado de croissant. Él disfrutaba de la conversación que compartía con los dueños del bar, siempre y cuando no tuvieran mucho trabajo.
Ella no tardaba más de veinte minutos en tomar su desayuno, de diez y diez a diez y media, y si no se podía sentar, lo tomaba de pie. Él podía permitirse el horario que le diera la gana, al fin y al cabo era su propio jefe.
Ella se limitaba a hablar únicamente con aquellas personas a las que conocía y le caían bien. A él le encantaba hablar con la gente y conocer cosas de los demás todos los días, pensaba que ya que compartían muchos desayunos a lo largo del año, mejor conocerse un poco.
Aquel frío martes de noviembre ella entró a las diez y diez, echó un vistazo y vió que no había ninguna mesa libre, él le hizo un gesto con la mano y le dijo que podían compartir mesa, si no le importaba. Ella, después de pensárselo brevemente, aceptó su invitación. Se quitó el abrigo y se sentó con él mientras le mostraba la mejor de sus sonrisas.
Desde ese día siempre desayunan juntos, fines de semana incluidos.

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