miércoles, 6 de abril de 2011

cuatro

Otra vez. Inevitablemente, cada vez que estamos juntos nos ocurre. El simple roce de su mano con mi piel cuando me acerca una servilleta me hace estremecer. Su voz. Me es imposible estar frente a él y no centrarme en sus labios, que van bocalizando y creando palabras con una voz increible e hipnotizante. Sus ojos. Cada vez que me mira me recorre un escalofrío de arriba a abajo, con esa mirada oscura y penetrante parece que pueda ver lo que hay dentro de mí. Y ese brillo que adorna su mirada, digno de un adolescente enamorado, me enternece profundamente. Cuando hablamos me doy cuenta de que hay algo que me atrae hacia él, como si él mismo estirase de una cuerda invisible para acabar teniéndome entre sus brazos. Y así, poco a poco, empezamos con besos en la mejilla, en el cuello. Caricias en el pelo, en los brazos, en los muslos. Nos empezamos a desnudar el uno al otro con toda la delicadeza del mundo. Más caricias, ahora sin ropa. Besos en los labios, en los pechos, en todas partes hasta que... otra vez. Otra vez está dentro de mi. 

viernes, 21 de enero de 2011

tres

Coincidían varias veces a la semana. Ella porque iba a desayunar allí todos los días. Él, al principio, porque le venía de camino al trabajo, más tarde, porque quería verla.
Ella todos los días tomaba lo mismo: un café con leche y un croissant. A él le gustaba cambiar todos los días, por no caer en la rutina.
Ella se sentaba y leía su periódico sin quitarle ojo, únicamente para coger la taza de café o un bocado de croissant. Él disfrutaba de la conversación que compartía con los dueños del bar, siempre y cuando no tuvieran mucho trabajo.
Ella no tardaba más de veinte minutos en tomar su desayuno, de diez y diez a diez y media, y si no se podía sentar, lo tomaba de pie. Él podía permitirse el horario que le diera la gana, al fin y al cabo era su propio jefe.
Ella se limitaba a hablar únicamente con aquellas personas a las que conocía y le caían bien. A él le encantaba hablar con la gente y conocer cosas de los demás todos los días, pensaba que ya que compartían muchos desayunos a lo largo del año, mejor conocerse un poco.
Aquel frío martes de noviembre ella entró a las diez y diez, echó un vistazo y vió que no había ninguna mesa libre, él le hizo un gesto con la mano y le dijo que podían compartir mesa, si no le importaba. Ella, después de pensárselo brevemente, aceptó su invitación. Se quitó el abrigo y se sentó con él mientras le mostraba la mejor de sus sonrisas.
Desde ese día siempre desayunan juntos, fines de semana incluidos.

viernes, 7 de enero de 2011

dos

Abro los ojos por culpa de una luz insoportable que me interrumpe el sueño. Estoy tumbada en la cama. Sola. Las sábanas estan tiradas por el suelo, y eso que para ser verano no hace mucho calor. Me incorporo hasta sentarme, más vale que no me levante muy rápido, menudo dolor de cabeza. Me calzo mis cómodas zapatillas y me dirijo al lavabo, dando algún que otro traspié. Después de aliviar mi vejiga y de lavarme los dientes y la cara me vuelvo a la cama.
Me gustan los días de fiesta: no tengo prisa por hacer nada. Lentamente me vuelvo a esconder bajo las sábanas... Recuerdo cuando jugueteábamos juntos los domingos por la mañana: yo me escondía bajo la sábana para que él no me encontrase, pero siempre se escondía allí conmigo y me besaba y me apretaba contra su cuerpo mientras yo reía a carcajadas. Una lágrima se desliza por mi mejilla y cae sobre la cama, rápidamente es absorbida dejando como único rastro un pequeño círculo. Me tumbo hacia el otro lado, como si así le diera la espalda a ese recuerdo.
Empiezo a pensar en la noche anterior. Más bien intento recordar algo. Salí a cenar con un grupo de amigas, un poco de comida mejicana, una botella de vino, risas, confesiones, cigarrilos... Ah sí, recuerdo beber hasta tres margaritas, no sé si después hubieron más. Cogimos el metro hasta nuestra discoteca favorita: la misma música, la misma gente, el mismo calor, los mismos cubatas malos en vasos de plástico, y los mismos recuerdos. No sé por qué siempre me empeñaba en ir allí, supongo que había vivido tantas cosas buenas que tenía la esperanza de que algo así volviera a pasar.
Pido mi primera copa en la barra, donde está el mismo camarero guapo de siempre, me mira y sonríe. Vuelvo a bailar con mis amigas, pero me pierdo entre la gente, ya no las veo, quizás se han encontrado a algún amigo, o han ido al baño. No me importa, estoy bien bailando sola. Noto que alguien me agarra de la cintura, me giro y allí está él, con su enorme sonrisa. Me quedo de piedra. ¿De qué coño se ríe? ¿Por qué está tan feliz? Ah claro, detrás de él hay una chica larguirucha con pinta de modelo que me mira con los ojos muy cerrados, seguro que es el lío de esta noche.
- Hola - le digo completamente seria y sin mover una arruga de mi piel.
- ¡Qué alegría verte! Cuanto tiempo, ¿verdad? Ya veo que estás estupendamente, a ver si quedamos un día de estos y me explicas cómo te va todo, tengo la impresión de que todo te va genial, no hay más que verte, derrochas felicidad.
- Sí, claro - le digo mientras me doy la vuelta y vuelvo a mi barra, con mi camarero.
Le doy un largo sorbo a mi roncola. Que derrocho felicidad dice... Este tío de qué va, seguro que se estaba intentando quedar conmigo. Doy otro sorbo. Qué rabia me da que sea así de estúpido, con su falsa sonrisa, porque para nada creo que se alegre de verme. En fin, sigo bebiendo y vuelvo a la pista de baile.
Me hablan un par de chicos, otros se ponen un rato a bailar conmigo, alguna chica me empuja para pedir paso, nada me importa, me dejo llevar. De repente me encuentro otra vez en la barra, pidiéndole otra copa a mi camarero. Parece que se ha dado cuenta de que algo me pasa, si es que no es tan difícil. Lo nota un camarero que ni siquiera me conoce pero mi ex novio dice que derrocho felicidad. Mi camarero me pregunta si necesito que busque a mis amigas o si prefiero salir un poco a tomar el aire. Le digo que lo del aire suena bien, así que sale de la barra y pone su brazo sobre mi hombro mientras le dice a su compañero que se toma 5 minutos para fumarse un cigarro.
Salimos a la calle, qué gusto sentir un poco de aire fresco en la cara. Me ofrece un cigarrillo y él mismo me lo enciende. Nos presentamos y en seguida le doy las gracias por haberse preocupado por mi. Le explico que en plena pista de baile me he encontrado con alguien a quien no me hacía mucha ilusión ver, de ahí mi cara desencajada, pero que en un ratito se me pasaba.
- No
- ¿Cómo? - le pregunto extrañada.
- No, no se te va a pasar en un ratito. Tampoco se te va a pasar bebiendo, ni conociendo a mil tíos buenos en las discotecas, ni lamentándote mientras lloras sola en casa. Estas cosas sólo tienen una solución.
- Ah ¿si? ¿y cuál es? - le pregunto tontamente, como si me fuese a descubrir la fórmula de la felicidad.
- Olvidarle.
- Ja ja - le río burlonamente - ya, pero no es fácil olvidar.
- Para ti sí. Por eso estoy aquí contigo.

Saco la cabeza de las sábanas, ahora lo recuerdo todo. Se abre la puerta de mi habitación, es mi camarero que me trae el desayuno a la cama.
- ¿Habías desayunado alguna vez en la cama?
- No - le digo medio alucinada al ver las tostadas con mermelada, el zumo de naranja, el café, los croissants...
- Pues yo nunca había visto a una chica recién levantada tan guapa como tú. Parece que hoy vamos a empezar muchas cosas juntos. 

miércoles, 5 de enero de 2011

uno

Cada vez que abría la boca era para soltar un comentario hiriente. Ella era la que tenía la culpa al fin y al cabo, pero su mecanismo de autodefensa la había llevado a utilizar esas palabras. De hecho estaba tan acostumbrada a defenderse así que lo hacía inconscientemente.
Normalmente le funcionaba, pero nunca con él. También hay que tener en cuenta que era la primera vez que les pasaba algo así. Durante los dos años que llevaban juntos todo había ido de maravilla, ninguna pelea, ninguna discusión importante, apenas ninguna queja... pero ahora era ella la que estaba empezando a comportarse de manera extraña.
Él sabía que algo no iba bien, hacía tiempo que la notaba un poco distante y con unos cambios de humor muy poco comunes en ella, pero nunca le había atacado así. Por eso se empezó a preocupar. Por más que pensaba y pensaba no daba con la respuesta, incluso repasaba sus últimas conversaciones mentalmente, palabra por palabra, pero nada. Lo único que podía hacer era preguntárselo a ella directamente, pero algo le decía que no iba a encontrar respuesta.