miércoles, 6 de abril de 2011

cuatro

Otra vez. Inevitablemente, cada vez que estamos juntos nos ocurre. El simple roce de su mano con mi piel cuando me acerca una servilleta me hace estremecer. Su voz. Me es imposible estar frente a él y no centrarme en sus labios, que van bocalizando y creando palabras con una voz increible e hipnotizante. Sus ojos. Cada vez que me mira me recorre un escalofrío de arriba a abajo, con esa mirada oscura y penetrante parece que pueda ver lo que hay dentro de mí. Y ese brillo que adorna su mirada, digno de un adolescente enamorado, me enternece profundamente. Cuando hablamos me doy cuenta de que hay algo que me atrae hacia él, como si él mismo estirase de una cuerda invisible para acabar teniéndome entre sus brazos. Y así, poco a poco, empezamos con besos en la mejilla, en el cuello. Caricias en el pelo, en los brazos, en los muslos. Nos empezamos a desnudar el uno al otro con toda la delicadeza del mundo. Más caricias, ahora sin ropa. Besos en los labios, en los pechos, en todas partes hasta que... otra vez. Otra vez está dentro de mi.